La casa de mis abuelos era una casa grande y antigua. Cuando mi padre y tíos crecieron mi abuela, ya viuda, tiró la casa (bueno, está claro que ella no) y levantó otra nueva (ella tampoco en este caso), adaptada a las nuevas circunstancias. Desde que tengo uso de razón la comida de los sábados se hacía en la calle del Pozo, en casa de la abuela; en el bajo preparado para recibir a toda la familia y en su jardín, en el que aprendimos a montar en bicicleta, trepar por una barra hasta tocar las macetas colgadas y coger cochinillas. Ahora las nuevas generaciones se divierten de la misma manera en la casa de la abuela (cuando no tienen un móvil a mano). Cuando yo era chica nos sentábamos a la mesa (bueno, mesas) cada sábado unas treinta personas, los que estábamos en Jaén. Con el paso de los años la afluencia ha ido bajando: primos y hermanos que se van a vivir fuera, obligaciones, compromisos... pero hay un reducto que se mantiene fuerte, el de los padres, y cada sábado siguen juntándose. Y son ellos los que han conseguido que, pese a que la abuela falta desde hace más de treinta años, su casa siga siendo el punto de encuentro cada sábado, que se dice pronto, y que en fechas especiales el número de comensales no sea un impedimento sino un reto.
La Semana Santa es una de esas fechas especiales en que los Casañas empiezan a movilizarse para estar con la familia, y la familia (los padres) a movilizarse para que todo esté preparado para dar de comer a (unas veces más otras menos) sesenta personas. Es en estos momentos, cuando los primos nos juntamos y salimos a tomar algo, cuando nos venimos arriba haciendo planes. En una Semana Santa de hace ya catorce años surgió la "necesidad" de organizar una "Casañada" y juntarnos todos los primos a pasar un fin de semana juntos, y los planes se cumplieron. Los destinos han ido acordes al area de influencia de los primos anfitriones: Madrid, Mallorca, Girona, Sevilla, Jaén, Huesca... También en esta última Semana Santa se ha ido caldeando el ambiente para ir a visitar a la tía María a Cuba, ya veremos.
En el reto del Project book de este mes Cristina y Ana nos ofrecían dos temas para elegir: día del padre o escapada de Semana Santa. Yo he elegido el segundo, porque como cada año he disfrutado mucho de la escapada de Semana Santa de mi familia aquí en Jaén.
Con la historia que os he contado creo que ya hacen falta pocas explicaciones de mis dos páginas. Ambas tienen un fondo común, porque forman parte de este todo que es el reencuentro de la familia en Semana Santa. Los colores los quería alegres, porque hay mucha alegría y movimiento en estos días, y achuchones, y conocer a sobrinos-primos nuevos y... un sinfín de cosas. A la izquierda tenéis mi recibimiento a la familia en un recuadro imperfecto (¿quién lo es?), y la casa de la abuela vista desde fuera, con su jardín, y el cielo que se disfruta desde éste que es el mismo que nos observa cuando salimos los primos a tomar a algo.
A la derecha, y vigilada muy de cerca por esta panda de buhítos, la mona de Pascua, cuya tradición adaptada a nuestras circunstancias (no es regalo para el ahijado sino aportación a la sobremesa de la comida del sábado) mantiene año a año mi tía. Pero si tenemos buhítos por fuera no os digo ya por dentro... Éste es un pequeño ramillete de las nuevas generaciones de la calle del Pozo, y lo tienen claro, les encanta el chocolate. No sé si es tradición catalana o de mi familia liarse a mamporros con la figura de chocolate, pero hay peleas por conseguir el cucharón-arma del crimen para cascar el huevo de chocolate.
Y terminada la mona y el café comienzan las despedidas hasta la próxima.